Ser un caballero

Caballero es una de esas cosas que no se puede ser a medias. Simplemente se es o no se es. Y si bien el término tiene una historia muy larga y llena de acepciones, uno de sus sentidos inmutables es el que relaciona a la palabra con el ejercicio de una conducta permanente que demuestra educación, buenos modales, respeto, nobleza de sentimientos y un alto sentido de la justicia. Y así como reconocer y cultivar estas virtudes requiere de atención y cuidado, la construcción de la imagen adecuada también implica un trabajo intenso. Lo interesante de todo esto es que más intensa aún es la diversión escondida en el hecho de explorar la ropa, en el placer de descubrir cómo sienta un saco perfectamente ajustado a nuestra talla o en la elección del pañuelo y la forma precisa de doblarlo para colocarlo en el bolsillo del pecho. Esa satisfacción muchas veces parece perdida en la confusión de modas dudosas de etiquetas fulgurantes que muchas veces esconden mala calidad o que responden sólo a las leyes de un consumo que tiende a uniformar y no ayuda en esa característica esencial de la apariencia del caballero que es la distinción.

Y aunque estrictamente no sigamos las tendencias, un buen caballero no puede permitirse desconocer las reglas de la elegancia clásica. Para comenzar a experimentarlas, la práctica es la mejor maestra. Un buen método que suelo recomendar para entender de qué se trata el buen vestir es la compra de un par de zapatos de calidad y, si se es medianamente sensible, esto puede funcionar como disparador para la revisión completa de todo el vestuario. Luego de calzar unos buenos zapatos de John Lobb o unos mocasines de diseño exquisito como los de Gucci es ineludible el hecho de acompañarlos con un buen traje, que a su vez precisa de corbatas y camisas de calidad. Pensar en construir el estilo personal desde nuestros pies siempre me pareció la clave para aprender a definir desde los detalles la imagen que nos va a distinguir.

La libertad de nuestra época implica que el estilo de un caballero no sea sinónimo de conservadurismo de ninguna manera. Las innovaciones y los gestos que recuerdan que además de tener una vida profesional también se tiene una vida llena de otros intereses y preocupaciones definen aspectos que actualmente son buscados y valorados en los entornos laborales. De hecho, esta demostración de individualidad y el toque personal en la indumentaria se hicieron más explícitos en el ámbito laboral a partir de la costumbre del casual friday nacida en los años noventa. Para muchos hombres este día de libertad, lejos de ser una apuesta por la comodidad, se convirtió en una molestia que requería que una vez a la semana pusieran un sello personal a su vestimenta laboral. Los que disfrutaron sin problemas de esa innovación fueron justamente aquellos que habían logrado un estilo que les permitía moverse con soltura en un traje de Brioni o en unos Levi’s con un saco de lino, una camisa y en lugar de la corbata un exclusivo losange de Hermès al cuello.

La combinación armónica de prendas y accesorios de diferente procedencia exige un conocimiento previo de la historia de cada uno de los elementos. Claro está que esos conocimientos pueden dar lugar a una nueva mezcla, fruto de la intuición y la casualidad. Pero ante todo lo mejor es conocer las piezas básicas que componen el armario de un caballero. Todo comenzó en Inglaterra. Londres y el campo marcaron el paso de la moda masculina desde el siglo XVIII. Mientras la nobleza francesa vivía en torno a la corte real, los ingleses pasaban largo tiempo en sus posesiones rurales. El pasatiempo favorito era la casa del zorro, que requería de un estilo en el vestir completamente nuevo. Los largos chaquetones se fueron acortando, los chalecos también y los pantalones se estrecharon y pegaron a las piernas. Este nuevo atuendo impactó en toda Europa y así la levita inglesa -frock coat- pasó a ser el fraque en Francia. La chaqueta de montar –riding coat- hizo el mismo camino y se convirtió en un redingote.

Luego, hacia finales del siglo XIX el traje dieciochesco perdió finalmente el colorido y se tornó más oscuro: decisión que parece muy apropiada si tenemos en cuenta el surgimiento de las ciudades modernas, las calles sucias y el aire viciado por los incontables fogones. Las chaquetas de caza eran más cómodas y el corte fue imitado para el outfit de la ciudad. Así que si hoy el traje les parece incómodo y rígido, es bueno recordar que en su momento derivó de la confortable vestimenta pensada para el tiempo libre. Es decir que cuando hoy nos ponemos un traje nos conectamos con toda esa historia detrás y lo fascinante de todo esto es que para cada una de las piezas del guardarropa masculino hay algún relato que le da sentido. Conocer esos detalles no sólo nos hará consumidores exquisitos sino que también le dará solidez al estilo que nos caracterice.